Colaboraciones

viernes, 1 de agosto de 2014

El sujetador cumple 100 años... ¿conoces el origen de esta prenda?

En 1914 una joven de 23 años patentó lo que hoy todo el mundo conoce como sujetador. Una prenda que revolucionaría el mundo femenino ya que las liberaba de un corsé que apenas dejaba respirar. No consiguió mucho éxito cuando comenzó a comercializarlos, pero hoy mueve grandes cantidades de dinero y sigue siendo la prenda fetiche de muchos.



La idea surge en 1910 gracias a una joven emprendedora de Nueva York llamada Mary Phelps Jacob (conocida también como Caresse Crosby) a raíz de una ocasión en la que había comprado un vestido de noche para asistir a una fiesta. 

La ropa interior que utilizaban las mujeres en esa época consistía en unos corsés rígidos hechos con huesos y alambres de acero. Cuando Mary se probó el vestido con uno de estos corsés, uno de aquellos huesos de ballena asomaba por su escote y se dejaba mostrar bajo la tela de su vestido desfavoreciendo su figura.

Jacob intentó solucionarlo con dos pañuelos de seda, un poco de cinta rosa y mucho ingenio, y con la ayuda de su doncella elaboró lo que sería el primer sujetador moderno




El éxito de Mary Phelps aquella noche fue sonado y todas las damas que querían poseer el calificativo de modernas le encargaron una de aquellas extrañas prendas que empezó a confeccionar, e incluso le llegó la solicitud de un desconocido que le ofrecía dinero para poder fabricarlos. 

Viendo que aquello podía ser un buen negocio, solicitó la patente del Backless Brassiere (literalmente “corsé sin la parte trasera”), término que se reduciría a “bra” (sujetador), que le fue concedida el 3 de noviembre de 1914.


Mary Phelps Jacob levantó un negocio con el nombre de Caresse Crosby, confeccionando manualmente varios centenares de sujetadores, pero sin el apropiado marketing, este negocio no despegó, por lo que Mary decidió vender la patente del sujetador a los hermanos propietarios de la Warner Brothers Corset Company de Bridgeport (Connecticut) por 1.500 dólares de la época (una miseria en comparación con los beneficios millonarios que la industria de la corsetería ha generado desde entonces, empezando por esta empresa en concreto que recaudó 15 millones de dólares en 30 años).

*NOTA: En realidad el sujetador había sido inventado con anterioridad pero no había sido patentado como en este caso, e intentar atribuír la invención a alguien en concreto, no deja de ser algo complicado. Al parecer fue popularizado en París por Herminie Cadolle en 1889 y había sido la sensación de la Gran Exposición de 1900, de modo que estaba de moda entre las europeas ricas de la época. Otros le dan el mérito del invento a Pierre Poiret, que había ideado un modelo similar en 1907 pero que no patentó.
 
Además, a la avispada Mary tampoco le acompañó la suerte, pues al poco tiempo de vender su negocio, un fenómeno totalmente ajeno a la industria de la corsetería propició la expansión del sujetador más que mil campañas publicitarias: tras entrar Estados Unidos en la I Guerra Mundial (1914-1918), el Gobierno hizo un llamamiento para que las mujeres donaran sus pesados corsés metálicos, con los que se construirían naves de guerra. Nada menos que 28.000 toneladas de metal pasaron de las alcobas de las estadounidenses a las fundiciones de la guerra.

Arrasados los armarios, era el momento de la renovación y la modernidad, por lo que las patriotas y abnegadas esposas norteamericanas se lanzaron a la compra masiva del sujetador. Y justo en aquel momento de apogeo, la gloria marchita de Mary Phelps Jacob dio el relevo a otra valiente mujer: Ida Rosenthal, emigrante judía de origen ruso, que allá por la década de 1930 encontró en la creación del inédito tallaje de los sostenes su sueño americano. Tras un concienzudo trabajo en el que midió el pecho y la espalda de centenares de mujeres de todas las edades, Rosenthal estableció un sistema de tallas tan efectivo y práctico que aún hoy sigue vigente. Con todo, ni Mary Phelps ni Ida Rosenthal habrían pasado a la historia de la corsetería si Poiret, con escasa visión comercial, no hubiese dado el primer paso. Éste es su momento y éste, su centenario.

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